En El País de ayer, domingo 18 de mayo, Manuel Vicent nos regaló una esclarecedora columna, "Estafa", sobre el efecto global de gran calado que la publicidad genera sobre nuestras conciencias y nuestra visión del mundo.
Pido perdón por la negrita a quien no le guste.
Pido perdón por la negrita a quien no le guste.
Estafa
A la clase obrera hoy le basta con cerrar los ojos para soñar con el paraíso en la tierra. Al instante, en mitad de la frente comienzan a cimbrearse las palmeras de una playa de los mares del sur, la misma que aparece en un calendario editado por cualquier fábrica de embutidos. Muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días. Los autobuses, el metro y los cinco carriles de las autopistas vierten en el corazón de todas las urbes de Occidente un aluvión humano indefenso. A esa hora, recién salido del sueño, el cerebro se halla muy blando todavía y da entrada franca a todos los mensajes con los que es bombardeado de forma inmisericorde. Sobre la multitud de cabezas desamparadas en los andenes del suburbano resplandecen los paneles publicitarios. La marca de una crema se desliza por la piel de un cuerpo desnudo de belleza inaccesible que, no obstante, parece estar al alcance de la mano. Desde los vertederos industriales de las afueras se elevan sobre la extensión de coches atascados unas vallas con un rostro femenino en actitud de entrega cuyos labios entreabiertos ofrecen al automovilista la vaga promesa de huir con él un día al salir del trabajo. En la parada del autobús una chica de piernas largas o un joven de mandíbula cuadrada con los pectorales muy marcados se quedan siempre en tierra, pero desde el diorama acompañan al viajero con una mirada seductora hasta la primera curva y le mandan un mensaje a través de la ventanilla: si hoy trabajas muy duro, todo cambiará mañana. Esfumado el valor de la solidaridad, mucha gente, que se mata para salir adelante con una agonía tenaz, vota a la derecha porque espera ser como ella y su cerebro crea un horizonte de felicidad no muy distinto de las ofertas excitantes que emanan de los paneles publicitarios. En ellos cada promesa es un reto, una meta. Donde antes había ideas ahora sólo hay marcas. Donde antes había sentimientos ahora sólo hay sensaciones. La izquierda ha quedado en una difusa conciencia de rebelión colectiva frente a esa estafa.
Manuel Vicent
Muy bien traído. El problema no está sólo en la publicidad, sino en todo lo que sucede que nos obliga a digerirla. Cualquier serie de televisión mantiene un ritmo que te fija al sillón, a la espera de los anuncios. Viajar al trabajo sin publicidad es imposible. Convertir lo ganado en tiempo con los tuyos también está difícil. Y para consolarte compras.
ResponderEliminarLa publicidad te estafa la vida.
Muchos padres y madres trabajan duro para que sus hijos puedan tener lo que la publicidad dice que deben tener. Y sus hijos pierden, a cambio, a padres y a madres.
No sé de qué nos extrañamos.
Manuel Vicent siempre tan atinado. En su mundo, acostumbra a entremezclar imágenes. Así lo hace en esta columna en la que política y publicidad se unen en el gesto del voto ciudadano.
ResponderEliminarEntre la realidad y el deseo. Así nos movemos a diario en mitad de lo que es y no es.
hola Angel
ResponderEliminarsoy tu alumna virginia, he leido tu post
y me parece interesante, porque se produce una gran estafa publicitaria, y las series nos dejan pegados al televisor, durante horas.
"La publicidad te estafa la vida", magnífica frase. Gracias por darte a conocer, José Luis, con tu interesante blog.
ResponderEliminarLu, me alegra verte por aquí, y más con lo que has pasado estos días.
Y lo mismo te digo, Virginia.