Hace
unas semanas, conocimos la noticia de la nueva
“innovadora iniciativa publicitaria por la que la Estación Sol y
la Línea 2 de Metro se llamarán Vodafone”
(El
País). La
campaña prevé la “integración
de los logos de Vodafone en varios de los elementos de las
estaciones: en los accesos, en los directorios de los vestíbulos y
pasillos de todas las estaciones, en los directorios de los andenes,
en los teleindicadores, en los trenes de la línea, así como en los
vestíbulos, andenes, pasillos y trenes del resto de estaciones de la
red donde se mencione la correspondencia con la línea” (El
economista). Una
estrategia publicitaria que ya había sido ensayada el año pasado,
en que Samsung modificó el nombre de la Estación Sol durante un
mes (El
Mundo), y
por la que se ingresarán 3 millones de euros (1 millón por año).
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De los creadores del piloto-anuncio llega... el político-banner
Fuente: Cadena SER |
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Esta estrategia busca, básicamente, aprovechar la enorme afluencia
de un servicio de transporte público como es el Metro de Madrid (a
nivel nacional e internacional) para lanzar una campaña en la que
vemos dos elementos clave:
La
necesidad diaria de miles de personas de pronunciar el nombre de la
“Estación Sol” para dar indicaciones, comunicarse entre ellas,
orientarse, ubicarse. La técnica logo-“bombardeo”
no es nada nuevo: en nuestro país tenemos los ejemplos de la Liga
BBVA o la Liga Endesa.
El
elemento emocional que hará que el
¿consumidor/espectador/usuario/cliente/ciudadano? asocie
el tradicional color
rojo
de la Línea 2 con el rojo del logo de Vodafone. Parece que sus
expertos en marketing buscan
la campaña publicitaria dilatada en el tiempo y gratuita de otros
emporios más avezados, como Yves Klein o Valentino, que bautizaron
sendos colores (azul klein, rojo
valentino) repetidos constantemente, a todas horas, en todos los
lugares del mundo, sin costar un céntimo a estas empresas. Los
tiburones de la empresa de telefonía móvil se relamerán pensando
en un futuro no muy lejano en que todos (clientes y no clientes)
comentemos con naturalidad que no sabemos si comprarnos un coche
“azul movistar o
rojo vodafone”.¡Gran
éxito!
La campaña ha tenido una gran repercusión en muchos ciudadanos de
nuestro país, posicionándose una gran mayoría en contra y un
número nada desdeñable de personas a favor. Resumamos los puntos que han hecho que esta noticia corriera como
reguero de pólvora por las comunidades “comentadoras” y la
blogosfera de nuestro país:
La
perversidad de
mezclar lo privado con lo público y viceversa: un
asunto que transciende más allá de la publicidad en el Metro de
Madrid, y que se ha convertido en uno de los mayores lastres en la
gestión administrativa. Todos conocemos la puerta
giratoria o la
aplicación de tasas (a veces por triplicado: léase
el registro de la propiedad, los notarios y el catastro, esa tríada intocable) por
servicios públicos. Ateniéndonos a lo que nos concierne,
podemos
citar el caso de la Televisión nacional (RTVE), que hace unos
años dejó de emitir publicidad entendiendo que los ciudadanos ya
habían pagado por ese servicio y que ser
incitados al consumo era hacerlo doblemente.
La
mercantilización del espacio común: el
Metro de Madrid entendemos que es un espacio público, construido
con obra pública y financiado por los ciudadanos (a través del
billete y los impuestos). ¿Hasta qué punto es lícito esta
publicidad
por emplazamiento en todos
los aspectos de la vida?
Esto podría
llevarnos a otras reflexiones sobre la mercantilización del bien
común, del que el espacio
común no dejaría de
ser una manifestación física. Es la lógica que lleva a
empresaurios y politicastros a inventar algo tan casposo como la
cacareada
“Marca
España”,
como si fuera
posible hacer “rebranding”
de un país.
La
opacidad de la
administración pública: para
aquellos que intenten rebatir (a favor o en contra) la conveniencia
de esta campaña utilizando argumentos económicos, encontrarán una
nula disposición por parte de las administraciones públicas para
facilitar datos y estadísticas que muchos de nosotros creemos
deberían estar sujetos a una Ley
de Transparencia existente
en todos los países europeos, menos el nuestro.
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Visto
este panorama, en el que el cliente es directamente estafado, ¿quién
va a protestar por la ausencia
de pacto entre ciudadanía y empresa?
Un feedback entre
el sector económico y las necesidades
ciudadanas es impensable hoy en día, en este país. Lo cierto es que
Vodafone anunció el pasado febrero que mandaría a 900 personas más al
paro, aplicando un
ERE de un 20% de su plantilla en España.
Si tenemos el día jugón, podemos calcular cuántas familias
podrían vivir con el dinero invertido en una publicidad agresiva
durante los próximos 3 años que durará
esta campaña: suponiendo unos costes laborales de 1.500 euros (y
tirando por lo alto), el ERE se reduciría un 19%. O lo que es lo
mismo: 166 parados menos, a cambio de una línea libre de
publicidad. ¡Si es que son todo ventajas!
Ante
la ausencia de respuesta por parte de una Administración y unas
políticas empresariales abusivas, al consumidor no nos queda otra
que reaccionar por los cauces alternativos que creamos convenientes. La
contrapublicidad es uno de
ellos: algunos ya han empezado...